martes, 25 de marzo de 2008

Entre el pesimismo y la terquedad política

El año político ha empezado con malas noticias. En lo económico el menor crecimiento esperado para el año se potencia con la baja del dólar y la perdida –quizás relativa- de nuestra potencia exportadora, debiendo agregar a ello el impacto de la crisis agrícola por la sequía y el alto riesgo de merma energética y posible racionamiento industrial y habitacional. En lo social, los temas centrales de la agenda política como es la salud, educación, delincuencia y protección social aparecen deficitarios a pesar de los esfuerzos desplegados por el gobierno para asegurar un mínimo de dignidad a quienes están más desprotegidos, sin plantear ni analizar el grado de eficiencia que se ha logrado obtener en dichas prestaciones. En lo político, la presidencialización de la agenda política diaria y la instalación de la corrupción como percepción generalizada que no logra distinguirla –en algunos casos- de los desordenes administrativos se suma al aumento de la violencia social y política que ahora se expresa en la seguidilla de avisos de bombas, la explosión de algunas y el aviso preventivo de una jornada de protesta que nos tomará dos días a fines de este mes.

Entre las variadas demandas ciudadanas expresadas con mayor o menor intensidad, no cabe duda que la tendencia futura en el colectivo social estará marcada más bien por el pesimismo y una fuerte percepción de incremento del conflicto político y social. No podría ser de otra forma cuando las lógicas de la dinámica política giran en torno al conflicto sin dejar espacio para abrir ventanas de debate acerca de ideas-fuerzas que den luces y señales de esperanzas con algún grado de certeza y viabilidad.

En este escenario, la responsabilidad no solo es del gobierno, ni de los ricos, ni de los pobres ni tampoco, por cierto, de la clase media. Tampoco descansa en los medios de comunicación ni en su concentración. Para que hablar de los partidos políticos, que suelen ser los peor evaluados a la hora de hacer un ranking de su aporte político y social.

Pareciera evidente que algo sucede, que algo no esta funcionando bien, que algo no se está haciendo o simplemente que nos estamos dejando llevar por la inercia política del presente pretendiendo construir futuro en cada paso que se da. Si bien es indesmentible que se hacen muchas cosas, muchas de ellas positivas y otras no tanto, el resultado es que todo ello no logra cuadrar en una visión integral, en una visión de país que podamos compartir y que sea percibida de similar forma por los ciudadanos.

Nuestra visión es que se carece de ideas fuerzas que motiven a la ciudadanía, que incentiven a los decisores, que animen a los líderes políticos, sociales, sindicales y empresariales entre varios otros a mirar un futuro integrado, complementario y convergente. En suma, la no presencia de esas ideas-fuerzas ha logrado disminuir la capacidad de soñar, de imaginar un horizonte que efectivamente puede ser realidad, un camino donde el esfuerzo entregado por cada uno tenga un sentido integrador.

Las ideas planteadas en torno a la equidad, la justicia y la igualdad, como asimismo en torno a una mejor distribución del ingreso o la disminución de la brecha entre ricos y pobres, constituyen la esencia de cualquier discurso político, siendo usadas en innumerables oportunidades por candidatos y Presidentes (as). Sin embargo, pretender que ello se genera solamente mediante la presentación de leyes o a través de eventos que conciten la concurrencia de todo el espectro político no solo resulta ser ingenuo, sino que muestra una debilidad estructural –y no solo procesal- en la construcción de una sociedad que pueda cumplir con tales ideales. Cuando las debilidades son estructurales ello implica que los grupos que conforman la elite, están en un proceso de autoaislamiento y de compartimentaje que coopera para que el conflicto se convierta en una permanente confrontación y, por ende, de amplios espacios de exclusión

En este contexto, el gobierno se equivoca si solo piensa en los cuatro años y no le da un mayor e intenso sentido de proyección a cada iniciativa que maneja. Eso implica una mejor gestión de la agenda política y con metodologías que sean innovadoras y de mayor impacto político, como sería por ejemplo, la reunión mensual de la Presidenta y/o alguno de sus ministros con los editores políticos o directores de los medios de comunicación. De similar manera con otros actores políticos y sociales. Si el gobierno marca la pauta en el diálogo político, mantendrá un espacio que no podrá ser restado por la presidencialitis que nos afecta y que además le permitirá morigerar y colocar en una dimensión real los problemas de desordenes y corrupción. Del mismo modo, si la oposición complementara su estrategia con propuestas viables donde plantee espacios de negociación que integre a sectores sociales, políticos, sindicales y empresariales de manera creativa, sus márgenes de respaldo debieran tender a aumentar de forma sostenida. Si, por el contrario, Gobierno y oposición profundizan la confrontación permanente en una mal entendida dialéctica, el camino hacia liderazgos populistas y autoritarios se hace cada vez más evidente, con o sin primarias. A modo de corolario: La terquedad política –expresión de moda en América Latina- suele ser el resultado de quienes sostienen que la democracia la hacen posible unos pocos iluminados mirándose en el espejo de sus sueños.

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