martes, 11 de marzo de 2008

Diálogo, inclusión y cambio

El comienzo de la segunda etapa del gobierno no solamente conlleva una evaluación de los dos años transcurridos, sino que también la necesidad de proyectar el periodo que resta. No cabe duda que tanto al interior del gobierno como aquellos que están en la oposición y, en particular, quienes ofician de meros observadores, poseen una evaluación del los dos años transcurridos.

Quienes están en el gobierno, tienden a expresar una opinión mas bien complaciente respecto a lo obrado en estos dos años como también comparten la tendencia a explicar los errores o falencias del gobierno en virtud de las acciones de la oposición. A su vez, la alianza se solaza con acusaciones y conferencias de prensa criticando la acción gubernamental, reforzando en la opinión pública la percepción de corrupción existente en el gobierno. Para los observadores, la posición parece ser mas de indiferencia y con un evidente sentido critico a la clase política en general y una cierta desazón respecto a las expectativas incumplidas.

Desde otro punto de vista, no se puede dejar de lado la consideración que parte importante del éxito/fracaso del gobierno depende del escenario económico y político internacional, donde las variables no las controla el gobierno. Asimismo, la proyección del gobierno queda incompleta si solo considera el resto d elso dos años y no incorpora una visión de largo plazo que sea compartida por varios actores políticos. Ambos factores –lo internacional y la visión de futuro- parecen estar sometidas solamente a la iniciativa gubernamental y no incluye ni al ciudadano como tampoco a otros actores, como el sector privado y el laboral, quienes están focalizados en temas puntuales pero sin considerar la necesidad de compartir una visión macro.

La práctica de hacer evaluaciones obviando los contextos o los escenarios, y pretendiendo que las evaluaciones políticas se hacen de manera similar a lo que es un proyecto de ingeniería, es una debilidad más que habría que sumar al sistema político. Al efecto, si se plantea la evaluación asociado a la suma de acciones exitosas en un período acotado, el resultado nos señalaría el grado de eficiencia que sería mensurable fácilmente en términos de productividad y grados de satisfacción por habitante y por metro cuadrado por ejemplo. La política y por extensión la democracia no funciona bajo esos parámetros.

La evaluación, a nuestro entender debe considerar que el gobierno de Michelle bachelet es una Gobierno de la Concertación, al cual es exigible una mínima continuidad y coherencia con los gobiernos anteriores en torno a programas, promesas y resultados. De no existir con claridad dicha proyección desde el pasado, lo que tenemos es un gobierno-isla, cuyo interés y esfuerzo se concentra en el logro de metas de alto impacto ciudadano que permitan finalizar su periodo con altos guarismos de respaldo en las encuestas. Eso lleva asociado una exigencia gubernamental de lealtad a toda prueba que se demuestra en cada acción que requiere apoyo político y, de manera simultánea, una tendencia a la exclusión de todos aquellos que sostienen una opinión distinta u ofrecen otras alternativas.

En este esquema, la política solo se juega entre el gobierno, los partidos y los parlamentarios, al mas puro estilo del siglo XX, y sin incorporar las variables del siglo XXI. Una de estas variables, por ejemplo, es la percepción. La ciudadanía ya no compra imágenes sino que evalúa a partir de su percepción, y es ésta la que constituye su prisma mediante la cual interpreta la realidad. Otra variable es el rechazo ciudadano al conflicto político. De ahí derivan otras variables como la inclusión y junto con ella, el diálogo y la negociación.

Si en la articulación de tosas esas variables no hay resultados o éstos son magros, la evaluación del pasado pasa ser considerada deficiente y su proyección entra a un terreno de incertidumbre ciudadana. Ello significa que la sociedad queda a la espera de resultados pero que poseen fecha de vencimiento y, por tanto, se hace necesario que emerja una propuesta que encante a los componentes de una sociedad que espera respuestas y ansia tener una percepción de seguridad y certeza mínima respecto a su futuro.

Si a todo ello, sumamos la incertidumbre provenientes del ámbito internacional, nos encontramos que los distintos actores políticos empezarán a construir una plataforma programática a partir de la propia imagen de la realidad que deseen construir, abandonando la proyección natural que todo gobierno desea. Esto es aplicable tanto a los partidos de la Concertación como a los de la Alianza.

Y es que la idea de cambio no esta fuera de la continuidad, sino que dentro de ella. El cambio implica resultados que sean percibidos por la ciudadanía y no mostrados como una imagen de una realidad no percibida. A su vez, dicho cambio supone un avance asociado a un horizonte futuro tangible y comprensible que no está supeditada a un mero cambio de gobierno. Claro, para todo ello, se precisa dialogo, inclusión, disminución del conflicto y capacidad de negociación asociado a resultados.

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