lunes, 3 de diciembre de 2007

LA XVII CUMBRE IBEROAMERICANA. DE DULCE Y AGRAZ

Hace más de una década se inauguró en Miami lo que se denominó Cumbres Presidenciales que luego asumió una cierta legitimidad y reconocimiento en el ámbito diplomático a través del concepto Diplomacia de Cumbres. La idea de que sean los Jefes de Estado y Jefes de Gobierno quienes articulen directamente acuerdos e implementen medidas, constituyó en su momento una novedad y un mecanismo eficiente, rápido y desburocratizado para coordinar iniciativas orientadas a fortalecer la democracia. De esta forma, se fue generando un espacio que otorgaba visibilidad internacional a todos los mandatarios y, por otra parte, tenía obvios beneficios políticos en la política domestica de cada Presidente o Jefe de Gobierno.

Este éxito, ha hecho que las cumbre se transformen en una instancia preferida, ya que varias decisiones no requieren de la aprobación de los congresos pero, al mismo tiempo, su proliferación tiende a rodearse de un rito democrático cuyos efectos o impactos son dudosos, en la medida que avanzar en las agendas nacionales supone pasar por la negociación con los partidos políticos y el Congreso de cada pais.

Con todo, esta convergencia de voluntades en mas alto nivel logra en concreto destrabar problemas y plantear una mirada compartida con mayor sentido estratégico, a la vez que sumados los parlamentos, el sector privado y los ministerios genera una dinámica política en torno a una articulación de intereses tanto en lo discursivo como en lo práctico.

Al efecto, la realización de la XVII Cumbre Iberoamericana es un perfecto ejemplo de una agenda amplia y con mucho contenido alrededor de una diversidad de temas que incluye la administración gubernamental, el turismo, temas laborales, económicos, educacionales, de seguridad y previsión social y política exterior entre otros. En esta ocasión, en que Chile ofició de país anfitrión, el tema central fue la Cohesión Social, haciendo eco de la agenda común de los países de América Latina y, en menor medida de los ibéricos, referida a la desigualdad, a los bolsones de pobreza y a la necesidad política y social de generar instancias de convergencia y solidaridad así como establecer un rol mas activo y regulador del Estado.

Para el desarrollo de esta Cumbre se realizaron 21 reuniones sectoriales en varias ciudades de Chile, generando documentos técnicos y consensos políticos que culminan con la reunión de los Jefes de Estado y Gobierno. Lamentablemente, como ha pasado en otros países –y tal vez por no ser novedad para los medios- estas reuniones pasaron prácticamente desapercibidas y con ello se logra un efecto indeseado de que toda la atención se concentre en la reunión final y se deje de lado la cobertura de cada una de ellos. En suma, se desconocen los avances, logros, desavenencias, consensos y contenido general de todo aquello que se ha avanzado en pos de establecer agendas compartidas y priorizar temas en común.

De hecho, el interés mediático se concentra más en las reuniones bilaterales antes que en las plenarias. A su vez, el acceso a la información es restringido y de escasa fluidez hacia la población. En este sentido, la relevancia de esta cumbre estuvo más focalizada en los incordios entre Presidentes, Monarcas y Jefes de Gobierno, antes que en destacar y fortalecer la temática que los convocaba.

Al analizar esta Cumbre, es inevitable que no surja la comparación referencial con el proceso seguido por la Comunidad Económica Europea hace décadas atrás y la Unión Europea en la actualidad. La concertación de voluntades para avanzar en la construcción de una integración basada en intereses y acciones concretas pareciera que puede avanzar entre los países de América Latina. Sin embargo, ello no logra consolidarse en la realidad de cada país.

En efecto, el solo hecho de que sean democracias y reconozcan problemas comunes no es óbice para que la participación de países en estas instancias parezca ser algo mas bien formal antes que un compromiso político y democrático de convergencia. Resulta difícil pretender un consenso de voluntades cuando hay países que asisten a la Cumbre Oficial y después cruzan la calle para, desde la vereda de enfrente, criticar lo que han firmado o denostar los acuerdos adquiridos frente a sus pares.

Una primera conclusión, es que la Diplomacia de Cumbres no solo requiere un compromiso democrático de quienes participan, sino que además una actitud y comportamiento democrático que le de viabilidad a los esfuerzos que muchos países realizan para lograr el anhelado espacio de integración y cooperación horizontal que se precisa.

Como todo proceso de esta naturaleza, quienes participen deben compartir los mismos principios para darle disentido y contenido a los acuerdos, de lo contrario quedan solamente en el papel. Si seguimos el ejemplo de la Unión Europea, fueron los países que poseían esos principios quienes consolidaron el proceso para luego abrirse al resto a partir de determinadas condiciones, incluso estableciendo mecanismos compensatorios o de ayuda directa para su cumplimiento tanto en el ámbito financiero, macroeconómico como político. Nuestras Cumbres, sin embargo, se basan solamente en condiciones políticas que no generan deberes y son amplias en la consideración de los derechos.

Desde esta perspectiva, la XVII Cumbre deja una brisa de inviabilidad cercana al fracaso, pues el compromiso de los países genera disonancia, asimetrías y por cierto descoinfianzas, es decir, justamente todo lo contrario que se merecía el esfuerzo realizado por casi un año de trabajo alrededor de temas sensibles y de lata relevancia estratégica para cada país.

El próximo año (2008), corresponde nuevamente a Chile organizar una Cumbre, esta vez la Sudamericana. En virtud de lo anterior, cabe preguntarse, ¿Tendrá validez y el impacto que se espera, cuando la reunión de los Jefes de Estado y Gobierno dejará en evidencia el compromiso claramente diferenciado que cada país tiene respecto a la agenda a tratar? ¿Será que las Cumbres han dejado de ser el mecanismo o instrumento que potencia la integración para trasnformarse en ele scenario del conflictio bilateral o multilateral?

Nuestra conclusión es que el problema de fondo no son las Cumbres u otros mecanismos, el tema más bien está asociado a la calidad de la democracia. Una democracia debe siempre generar más democracia. Ello es importante al considerar los procesos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde se ha planteado bajo el amparo democrático que una reforma o cambio constitucional logra definir un modelo de sociedad. La realidad nos muestra que los modelos de sociedad ya no se construyen bajo imperativos institucionales, sino que a través de otros mecanismos y consideraciones, independiente de que se trate de un socialismo o un neoliberalismo como referentes ideológicos.

La cuestión es que las Cumbres es una reunión entre iguales, que comparten principios y creencias respecto a los modelos de sociedad y también respecto a sus problemas y disienten en los énfasis e instrumentos, aspectos que son abordados en estas reuniones de alto nivel. Tal vez sea mejor, organizar Cumbres entre menos miembros y consolidar un modelo de sociedad con sentido pragmático asociado a los objetivos y horizontes estratégicos de algunos países, antes que generar convocatorias integracionistas que solo tienen en común el hecho de compartir una misma área geográfica.

Pareciera que las Cumbres han quedado en una zona gris, respecto a cómo se evalúa su importancia y trascendencia. No nos equivoquemos, lo que ha quedado en una zona de incertidumbre es si la democracia en América Latina tiene las condiciones necesarias para desarrollar una Diplomacia de Cumbres, viable, creíble, pertinente y eficiente en términos de los resultados que perciba la ciudadanía.

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