miércoles, 21 de noviembre de 2007

El acuerdo logrado por el gobierno y la oposición en algunos de los puntos básicos del proyecto de educación plantea algunos temas que es necesario analizar.


El primero de ellos es que cada vez que el gobierno se abre a una negociación con la oposición suele obtener mayores beneficios, que cuando negocia solamente con la Concertación. Dicho de otro modo, el impacto que tiene en la sociedad el dialogo y la negociación entre adversarios, resulta ser más rentable que el mantener conflictos abiertos, voluntariamente o no, al interior de la Concertación.

No se puede dejar de mencionar, en todo caso, que ello es posible solamente cuando la oposición logra consensuar unas propuestas. Entonces, nuestra primera conclusión, es que una negociación requiere voluntad, capacidad, dialogo y saber distinguir entre lo importante y accesorio que importa a la ciudadanía.


Una segunda conclusión, es que el conflicto político lejos de desparecer por el diálogo, se mantiene adecuadamente regulado por la voluntad de las partes, y depende en gran medida de la presencia de una disposición a proponer temas y agendas que posean un creíble respaldo.


No obstante lo anterior, la reciente negociación por Transantiago pareciera contradecir lo que hemos señalado, en la medida que el gobierno no logra acuerdos ni frente a la Alianza ni con la Concertación en pleno. El tema en este caso nos lleva a otra conclusión, y es que cada negociación es distinta y no existen formulas mágicas que aseguren los resultados, ya que se necesitan algunas condiciones que lo posibiliten.


Lo cierto es que la complejidad de la negociación, no depende solo de las propuesta y de las agendas que se pueden establecer, sino que del contexto, los actores y, particularmente, la metodología a utilizaren ello. Junto con ello resulta indispensable el análisis de los objetivos e intereses de la contraparte como también de la adecuada evaluación de los escenarios posibles. En virtud de ello, el fracaso de las negociaciones del transantiago tiene que ver con un análisis inadecuado o incompleto que lleva a propuestas inviables para las partes o para los actores que definen el resultado. Así, por ejemplo, frente a una oposición que ha logrado consolidar acuerdos específicos entre la UDI y RN para enfrentar al gobierno en el legislativo, tentando de paso – y por distintas razones- a parlamentarios de la Concertación, resulta evidente de que mientras logren mantener el transantiago como factor aislado del presupuesto así como de otras agendas, el rédito mayor se lo lleva la oposición, pues empieza a definir su unidad en virtud de un caso que afecta directamente el apoyo o adhesión de la ciudadanía al gobierno y donde este último ha mostrado una señalada incapacidad para enfrentarlo eficientemente.


En este contexto, la unidad de la oposición pasa por la debilidad, prácticamente estructrural de la Concertación, para llegar a acuerdos con su Gobierno. Considerando el nivel y profundidad del debate que se ha dado al interior de la Concertación, no resulta aventurado señalar que más allá de lo que se diga en términos discursivos, el gobierno depende cada vez mas de la oposición para lograr la adhesión ciudadana general.


Ello es de relativamente fácil explicación. Mientras los partidos insistan en que los problemas de apoyo ciudadano se centran solamente en su identidad ideológica, y desconocen lo que diversos estudios señalan con meridiana claridad como es el hecho de que el porcentaje de quienes se identifican o adhieren a un partido tiende a disminuir en el tiempo y en ningún caso a aumentar, estarán equivocando la definición del problema y el foco de atención de lo que se espera.


Al efecto, si el apoyo ciudadano al gobierno y a la Presidenta aumenta, o si la Concertación se ve favorecida por un respaldo manifestado en las encuestas, no se trata solamente de una mayor adhesión ideológica, sino que un reconocimiento a la actitud de diálogo y acuerdo manifestado por los actores políticos. Por cierto, esto es aplicable también a la oposición. Dicho al revés, un porcentaje importante de los votantes, quienes definen las elecciones, rechazan el conflicto y la pugna diaria sin mayor sentido, especialmente cuando ello no se traduce ni en acciones ni resultados concretos.


Por tanto, la tríada: diálogo – negociación – acuerdo, se consolida en el centro del manejo político. Sin embargo, ello es insuficiente para asegurar una elección presidencial. El contenido del debate y la calidad de la negociación y del acuerdo juegan un rol central en la percepción ciudadana. En este sentido, el pretender que cualquier acuerdo mostrado de manera intensa y profusa en los medios, constituye un resultado espectacular, simplemente es una sobrevaloración innecesaria de lo que debiera ser una práctica política habitual.


En el caso de la relación entre el Legislativo y el Ejecutivo, en estas semanas se desprenden algunas cuestiones importantes. La primera de ella, es que la orden de partido feneció una vez más frente a las visiones individuales de cada parlamentario. Ello sólo es posible superarlo si existiera acuerdo participativo entre todos quienes conforman un partidos. Al efecto, el gobierno debiera darse ya cuenta de que no siempre la conversación con los partidos significa un acuerdo tácito con sus parlamentarios. También se evidencia de que los acuerdos entre cada partido y sus parlamentarios constituye un proceso interno de mucha intensidad y que si se realiza a través de los medios resulta normalmente un fracaso.


Lo más relevante de este cuadro, es que el congreso no está controlado ni por los partidos ni por el gobierno, sino que por los independientes, díscolos y temperamentales miembros de algunos partidos, lo cual implica que las minorías intensas, no necesariamente articuladas, han logrado construir una influencia creciente en el proceso asociado a los grandes temas. De hecho, la minoría puede perderse en las comisiones pero resulta fundamental en la votación general.


La conclusión final pareciera evidente, nuestro sistema democrático empieza a dejar de manifiesto su carencia de contenido para consolidarse y se mantiene en las antiguos supuestos de que el partido define el gobierno, las mayorías y el modelo de sociedad. Lamentablemente o no, ni los partidos ni el gobierno tienen hoy día la capacidad día de definir un modelo de sociedad específico, sino que más bien gestionar las variables de un modelo de sociedad dado y aceptado estructuralmente y dond ela ciudadanía se un¿bica en el podium de quien decide lo que acepta o rechaza.


Mientras los partidos insistan en autoflagelarse respecto a su rol e importancia, y el gobierno desee repetir formulas exitosas para la foto, sin mirar el entorno político del país o al menos capturar los elementos esenciales de la sociedad, el espacio para que minorías desorganizadas e intensas dominen el proceso decisional, tenderá aumentar en el tiempo con consecuencias que no serán del agrado de los partidos.

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