jueves, 5 de abril de 2007

Objetivos y adversarios

Se quiera o no, el cambio de gabinete es la respuesta a una crisis política del gobierno de Bachelet, donde los argumentos ya utilizados anteriormente -como la falta de coordinación, imprevistos no considerados, la existencia de desconfianzas internas o capacidades comunicacionales en formación- no son admisibles como explicación a un año de haber asumido.

Parte de las causas hay que ubicarlas en la seguidilla de errores cometidos por distintos personeros del gabinete, como también en la insistencia de que sea el manejo comunicacional el que define el quehacer gubernamental y, especialmente, la carencia de ideas fuerza con el contenido suficiente para orientar el debate político del país. A su vez, dichos elementos dejaron el especio suficiente para que la oposición cumpliera una parte de su tarea, que es la de criticar, sin lograr consolidar propuestas viables.

A lo anterior se deben agregar dos cuestiones fundamentales que definen la crisis. Por una parte, el aislamiento del gobierno de los restantes actores políticos (léase partidos de la Concertación y la Alianza, empresarios, trabajadores y otros) que llevan a una autorreferencia, ya comentada en columnas anteriores, que logra generar algo difícil, como es que la peor crítica provenga del propio gobierno. El segundo elemento es la carencia evidente de un control de agenda y, específicamente, de una conducción clara de la actividad gubernamental. Al efecto, el gobierno mantenía y mantiene una gran capacidad de dar explicaciones que contrasta con la capacidad de generar hechos concretos.

La pregunta siguiente, en consecuencia, es si el cambio de gabinete es suficiente para superar la crisis, teniendo presente que Transantiago es parte de la crisis pero no la define. Desde esta perspectiva, el gobierno ha logrado un mayor manejo de agenda con el envío de proyectos al Congreso, pero no ha logrado aumentar el control sobre ésta, como tampoco da señales visibles y contundentes de la necesaria conducción que el gobierno debiera tener. En este sentido, basta una simple mirada al cambio de gabinete para establecer que, más allá de la evaluación de cada ministro saliente, los que asumieron tienen una evidente sintonía con el Ministro de Hacienda. No se requiere ser perspicaz para reconocer que el poder político ha quedado concentrado en este ministro, y aún cuando hoy día no sea evidente y de no mediar una acción concreta de la Presidenta, la percepción de control político del gobierno no radicará en la Primera Mandataria.

Por otra parte, y dejando de lado el despliegue protocolar realizado por el flamante Ministro Secretario General de la Presidencia (es notable que este sólo hecho haya sido suficiente para dar una percepción de cambio político, cuando en realidad no ha tenidos ningún éxito concreto) es esperable que deberá enfrentar pública o internamente las superposición de espacios que se producirán con el Ministro del Interior. Frente a este hecho, inevitable por lo demás, cabe preguntarse si el conflicto sería dirimido por el
Ministro de Hacienda o por la Presidenta. Esto no es una cuestión menor, en la medida que este mismo análisis –con distintos énfasis o matices- ya circula en ambientes internacionales especializados.

Otro hecho, interesante de destacar, es el abuso del manejo comunicacional a través de proyectos que dividen a la Alianza, cuando en realidad lo que se espera es que el nuevo gabinete responda a las expectativas y demandas ciudadanas. La confusión entre los objetivos y el adversario puede ser el principio del fin para este nuevo gabinete, especialmente cuando el 2007 debe ser el año de las realizaciones programáticas del gobierno.

Volviendo a nuestra pregunta, los elementos que definen la crisis política se encuentran en estado de latencia, pero no han desaparecido. Con ello los escenarios futuros quedan determinados por la capacidad que se tenga de mostrar adelante una agenda legislativa exitosa antes del 21 de mayo, logrando, por ejemplo, la designación de un nuevo contralor, la superación de los temas pendientes con los demás poderes del Estado y manejar una capacidad para mantener un espacio de diálogo y negociación con los distintos actores, más allá de lo protocolar. De manera evidente deberá mostrar resultados concretos respecto del Transantiago, más allá del aumento de buses y los paraderos faltantes.

En lo medular, los avances que se espera están encaminados a la reforma del sistema escolar –más allá de la LOCE-, una baja en las tasas de victimización de delictividad real y percibida por la población, mejoras concretas en el sistema de pensiones –incluyendo las asistenciales-, líneas claras en cuanto política exterior regional e internacional, y por supuesto, que sea la Presidenta quien no sólo enfrente los problemas, sino que se anticipe a ellos, en coordinación con su coalición, como en la habilidad para subir al carro del desarrollo país al resto de los actores políticos y sociales.

Bajo este esquema, que todo lo anterior aparezca –a nuestro entender tardíamente- en el próximo discurso del 21 de mayo, implicaría una evaluación errónea respecto a la oportunidad que daba el cambio de gabinete para plasmar las orientaciones estratégicas de esta nueva etapa. Si se quiere aprovechar dicho discurso para ello, tendremos, muy probablemente, un documento más bien breve orientado a señalar proyectos y no cuestiones concretas ni menos estratégicas, constituyendo una señal de alerta respecto a la capacidad gubernamental de lograr posicionar de manera creíble ideas y acciones. Si así sucediese, el principal elemento a destacar sería la amplia cobertura de salas cuna, la protección social, la estabilidad macroeconómica y los TLC’s firmados y, por cierto, los proyectos que el Congreso debiera aprobar.

El gobierno empieza este segundo año contra-reloj. Deberá equilibrar adecuadamente la superación de un primer año complejo, marcado más por errores que por éxitos, con las exigencias de avanzar sustantivamente en su programa que depende de su capacidad para lograr respaldo legislativo y demostrar que su gestión no se agota cuando empiecen las elecciones. Hasta el momento sólo se han movido piezas pero no hay claridad respecto a la existencia de una carta de navegación con contenido estratégico.

Si las variables para que se dé un escenario exitoso para el gobierno no se cumplen –y se debe anotar que hay quienes pronostican que así sería- es esperable un nuevo cambio de gabinete, y podríamos volver al inicio de esta columna ya que los fundamentos de la crisis seguirían presentes. Para superar un escenario de esta naturaleza se exige un rol protagónico de la Presidenta, es decir, el que le corresponde. Mal que mal, la ciudadanía se mueve y conmueve por las acciones y proyecciones de sus gobernantes y no por la construcción de imaginarios de apoyo coyuntural o comunicacional.

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