martes, 22 de abril de 2008

Balance y Proyecciones. O el balance de una democracia en decadencia.

Luego de todo el desgaste político asociado a la acusación constitucional contra la ex ministra Provoste, resulta imperativo, al menos desde una perspectiva de los valores democráticos, intenta avanzar en un balance. Al efecto, la acusación existe en virtud de una reforma constitucional que contó con los votos entusiastas de parlamentarios de la Alianza y Concertación, aún cuando eran dos bloques con cierta homogeneidad de pensamiento y que se mantenían como dos referentes representativos únicos. En su momento, nadie pensó que ello podría deshacerse en el tiempo. Más allá de esa evidencia, es mas que razonable sostener que la existencia de un instrumento político permite su uso –incluso como arma en la política contingente-, razón por la cual no es dable, ni menos aceptable, criticar o negar o plantear que su utilización es necesariamente un abuso o una deslealtad o una ilegitimidad. El sólo hecho de avanzar en esa línea argumentativa significa generar una debilidad democrática evidente en torno a los procesos democráticos propiciados y aceptados por la clase política. Del mismo modo, sostener solamente una cualidad jurídica de la acusación constituye un despropósito respecto a la naturaleza política que ella posee. Eso significa que los argumentos son políticos y no jurídicos y que el principal eje suele ser en torno a la “responsabilidad política” o si usted prefiere a la ética en la política.

Un segundo ámbito de balance a este respecto, tiene que ver con su puesta en escena mediática. No cabe duda que Shakespeare e incluso el mismo Parsons, estarían en condiciones de reescribir sus obras agregando elementos de dramatismo sobre la vida y la muerte en el caso del primero, y ampliando la idea de actor y rol político en el caso del segundo. Ello por decir lo menos. La conclusión de todo este “polireality”, en la medida que ha significado su seguimiento tal como si fuera una producción por capitulo y que ha sido dirigida hacia grupos objetivos previamente definidos, no es otra de que la finalidad última pareciera estar asociada a que al termino de estos cuatro años, el gobierno podrá haber sido malo pero tenemos una imagen de la Presidenta que esta por sobre todo ello. Con tal fin, la tolerancia cero a errores, mala gestión y actos corruptos se penaliza con la destitución o la renuncia forzosa.

En otras palabras, el tema es cómo se logra una imagen positiva de la Presidenta asumiendo que las negociaciones con el legislativo, la gestión ministerial, regional y local parecen indicar graves dificultades para obtener un grado de cumplimiento mas que aceptable del plan de gobierno. En este contexto, el gobierno empezó a jugar dentro de un escenario pesimista, pero a su vez, muy realista si se consideran las opiniones provenientes desde el interior del sistema político.

El tercer ámbito de balance, sin duda, tiene que ver con la reunión de escolares de enseñanza básica para escuchar los discursos políticos de dirigentes DC, incluida la propia ex Ministra. Por mucho que se plantee que los padres autorizaron la movilización de los niños, no parece de sentido común, no parece razonable que el discurso realizado por la ex - ministra, debiera tener el tono politiquero y de profundo contenido ideológico del siglo anterior, esto quiere decir descalificatorio y excluyente.

Lo preocupante es la perdida de sentido común, la pérdida del sentido democrático asociado a la construcción social. Cuando los líderes políticos, cualesquiera que ellos sean y que llevaban semanas aprovechando las amigables (e interesadas) páginas de los medios de comunicación para proferir una cantidad impresionante de epítetos, opiniones excluyentes y de evidente violencia política pierden el sentido común en su definición mas simple, sin duda hay que preocuparse, pues queda en la retina de cualquier ciudadano –informado o no- que la violencia asociada al discurso político y a la acción en la calle se convierte en la fórmula mediante la cual se obtienen resultados, no importando si con ello se debilita nuestra construcción democrática.

En definitiva, el balance no es auspicioso para la evolución de nuestra democracia. La violencia política en su vertiente verbal y social vinculado a protestas y acciones concretas, ya es una realidad que se amplia a un ritmo creciente conforme pasen las semanas. De hecho, cuando usted reciba esta revista tómese el tiempo para contar cuantas protestas hubo en las calles u cuántos adjetivos calificativos de tipo negativo y denostantes han sido utilizados por los miembros de nuestra clase política.

El cuarto elemento del balance se refiere a que se equivocan quienes insisten en hablar de una “nueva mayoría”, pues acá lo que se ha instaurado es una minoría intensa con una alta capacidad de chantaje y cuya neutralización significa un cambio en los paradigmas de negociación del gobierno, de los partidos y de los actores sociales y políticos que concurren a alimentar la agenda política como si ella fuese lo mas cercano a un “champion” donde solo se debe seleccionar un animal, y luego apoyar al equipo que logra un mejor puntaje en su derrota.

El punto central del balance no está en el uso de un instrumento institucional aprobado por el propio Congreso, ni tampoco en como los medios –cuya responsabilidad en el sostenimiento de la democracia ameritaría un análisis aparte-, sino que en el comportamiento de cada uno de los actores y líderes (gobierno incluido) quienes han preferido “dialogar” por la prensa, plantear sus intereses como si fueran los únicos, tratar de impresionar al futuro votante en vez de construir plataformas de dialogo que puedan ser institucionalizadas, que permitan la generación de ideas, que faciliten la cercanía entre ellos y la ciudadanía. En fin, fortalecer la democracia a partir de lo que le es propio: el dialogo abierto y transparente.

Cuando se logra afianzar la odiosidad política como parte del ejercicio democrático, ella siempre lleva aparejado un aumento d ela violencia social y política en sus diferentes expresiones. Frente a ello, no hay institucionalidad que aguante ni que sea capaz de resistir (la historia avala el aserto), siempre ella será superada por los hechos y no habrá discurso alguno que logre amortiguar sus efectos, los que normalmente son perversos. El futuro de nuestra democracia parece descansar cada vez mas en los propios ciudadanos, pero ¿cómo harán ellos para hacer valer su voz de auxilio frente a liderazgos que insisten en ser poseedores de la verdad?. La búsqueda de la respuesta –que probablemente no será única- permítame que se las deje a ustedes.

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