martes, 2 de octubre de 2007

Dialogo directo


El marco de la 62 Asamblea de Naciones Unidas ha permitido generar un espacio de convergencia política entre gobierno y partidos políticos. Es de suponer que más allá de que se quiera mostrar un respaldo sólido y transversal a la política exterior, también se entienda como la formula indubitable para lograr avanzar sustantivamente en la negociación y posterior consenso en temas que son de relevancia para, por una parte consolidar y, por otra, proyectar las desafíos futuros de Chile.

Si lo anterior se logra en alguna medida, se estaría comprendiendo algo que resulta consustancial al fortalecimiento democrático, como es el dialogo directo entre quienes comparten la responsabilidad de conducir un país. La instancia del diálogo permite no solamente conocer las posiciones e intereses de cada cual, sino que posibilita establecer formulas para superar las diferencias, priorizar decisiones y acciones y, por supuesto asegurar una instancia directa de interlocución. Con ello, la práctica habitual de llevar adelante confrontaciones políticas, ideológicas y de intereses a través de los medios de comunicación disminuye considerablemente logrando que el debate público se haga alrededor de argumentos y no de ideas solitarias que buscan respaldo publico sin haber tenido los filtros políticos necesarios.

Por otra parte, si aceptamos la importancia de que nuestra política exterior debe poseer un alto grado de consenso político, no hay ninguna razón para que ello no se aplique también en la política domestica. Más aún, aparece como un contrasentido que se privilegie la imagen cohesionada al exterior sin cuidar la necesaria coherencia interna que el país exige y que se muestra una y otra vez en las más diversas encuestas y estudios de opinión.

En este mismo sentido, el hecho de que el diálogo directo entre los actores permita discriminar de aquello que es posible de lo que no es, logra como resultado natural que la agenda política surja en un ambiente que aumenta la credibilidad de la sociedad respecto de sus lideres políticos e incluso beneficia a mejorar la percepción de los partidos políticos en general. Más aún, se evitaría que la agenda sea establecida por instituciones que no tiene por responsabilidad conducir el país, como ha sucedido con el mal llamado “salario ético” instalado por la Iglesia Católica. En cualquier análisis de sustentabilidad y viabilidad democrática, no pasa desapercibido que cuando los actores políticos (sean gobierno, partidos políticos o poder legislativo) no cumplen su función –como el de fijar la agenda o avanzar en acuerdos políticos y sociales-, otros lo reemplazan rápidamente en ese espacio de poder vacío que ninguno de aquellos que correspondiéndoles ejercer no lo han hecho. Ello constituye una seria debilidad democrática.

No se trata de que la política funcione en virtud de un exigido consenso, sino que, muy por el contrario, los intereses y objetivos de país que definen la probabilidad y posibilidad cierta de consolidar un desarrollo en todos los ámbitos, exigen acuerdos acerca de líneas basales mínimas entre todos los actores que permitan no solo una adecuada dinámica democrática, sino que abra la posibilidad cierta de negociaciones en torno al cómo y al quién, pero dejando de lado el inconducente y lato debate acerca de qué.

En esta perspectiva, queda en evidencia que lo valioso en la política para lograr avances consistentes es la actitud y el estilo de gobernar y ello está en directa relación con las formas políticas y la manera en que se concibe el régimen democrático. Si bien Chile puede mostrar una alta estabilidad institucional, ello no se refleja en el apoyo que la ciudadanía brinda a la democracia. Al efecto, el marco institucional es insuficiente para asegurar un buen gobierno, ya sea que fuese parlamentario, semipresidencial o mantenga su actual característica de hiperpresidencialismo. El tema de fondo es que en cualquiera de esos esquemas el diálogo político que, al final de cuentas, se definen en la actitud y en el estilo, resulta ser esencial para lograr avanzar en los programas de gobierno y asegurar que el funcionamiento democrático pueda satisfacer las expectativas ciudadanas.

Si se revisan las características de los liderazgos políticos en los últimos diez años en todo el orbe, es fácil anotar que ha sido justamente las características anotadas –diálogo, actitud y estilo- las que han predominado en democracias que han logrado resultados concretos con capacidad de adaptación en el complejo inicio de siglo, donde las ideologías ya no son el referente de los modelos de sociedad sino que mas bien ha sido la búsqueda de elementos esenciales que permiten conectarse con las demandas de la población asociado a una capacidad de conducción flexible, integradora y con visión de futuro entre otros aspectos. En cada uno de esos casos el dialogo con los partidarios y la oposición ha resultado ser fundamental. Los casos de varios países europeos, de América del Norte y de Asia constituyen ejemplos interesantes de analizar en esta simple ecuación de equilibrio político realista y prospectivo.

Si la reunión de presidentes de partidos con la presidenta en el extranjero resulta ser solamente una interesada estrategia de posicionamiento que no mantiene su correlato en las semanas siguientes en Chile, se habrá perdido una oportunidad de avanzar sustantivamente en la construcción de espacios de dialogo cada vez mas necesario y exigido por la población. Ya quisiéramos ver una reunión entre la presidenta, los empresarios y representantes de los trabajadores en Cerro Castillo o La Moneda, donde se definan los objetivos del pacto social, para que los expertos señalen como es posible alcanzarlos y, de esa forma, volver a plantear la conducción desde el sentido común que enaltece a la política.

Si nada de ello sucede, los conflictos políticos solo habrán tenido un respiro y deberemos seguirlos a través de la prensa en una suerte de agenda desordenada cuyo derrotero resulta imposible predecir. Al menos estaremos seguros que las campañas municipales tendrán un alto riesgo de convertirse de depredadoras de los propios partidos y de paso de la democracia.

Si no hay dialogo, la construcción del Chile post Bicentenario quedara entregado a la inercia y con ello a la reacción y a la búsqueda desesperada de autoridad y de más leyes que permitan controlar lo que debió haberse hecho por la vía de un diálogo asociado a una conducción integradora y no excluyente.

Si lo pensamos en la lógica post bicentenario, el próximo gobierno –sea de la Concertación o la Alianza- precisa recibir un país con claridad en los desafíos que se deben enfrentar y con una tarea cumplida en lo que se refiere al programa ofrecido por la Presidenta Bachelet. Ello significa continuidad en las tareas prioritarias y para ello se precisa dialogo directo entre quienes tienen la responsabilidad de decidir.

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