miércoles, 30 de mayo de 2007

Inoperancia del disenso

Es apresurado señalar una crisis política radicada sólo en el gobierno, más allá de las debilidades evidentes que ha mostrado, como también lo es hacerlo en los partidos políticos, no obstante tener una innegable responsabilidad en el proceso.
Es de suponer que la democracia posee los recursos y actores necesarios para un buen funcionamiento. Cuando ese no sucede, ya sea por razones de naturaleza estructural, institucional, procesal o funcional, suele identificarse como crisis, asumiendo con ello que la gobernabilidad democrática se ve afectada.
Sin embargo, Chile tiene una institucionalidad reconocidamente sólida, posee una estructura gubernamental ordenada y funcional a los objetivos programáticos de turno, donde los procesos y funciones en los que se mueven los actores están claros o al menos definidos.
En este contexto, entonces, cabe preguntarse qué es lo que sucede.
El gobierno está empeñado no sólo en llevar adelante su programa, sino que en demostrar que puede ser tanto o más exitoso que su predecesor y que cada acción que acomete debiera estar exenta de crítica por el sólo hecho de tener el poder en un régimen altamente presidencialista, por mencionar sólo una aproximación.
La oposición, por su lado, se plantea en términos políticos primarios, criticando permanentemente al gobierno para debilitarlo y abrir un espacio que le permita competir exitosamente por el poder en el futuro próximo, siendo la instancia propositiva aún débil.
Los empresarios, por su parte, aplauden y apoyan al gobierno, como también a la oposición, mientras el equilibrio macroeconómico se mantenga y se permita la ampliación de nuevos negocios o el simple aumento de sus utilidades o el evitar disminuciones en su patrimonio.
Los trabajadores, ya sea del Estado o privados, critican el modelo económico, por considerarlo causa de su condición laboral actual, exigiendo que el Estado proteja sus intereses bajo un discurso contrario a la explotación y de defensa de sus derechos, donde lo central son las exigencias de derechos pero sin alternativas ni proposiciones novedosas, por ejemplo, que permitiesen reforzar los sindicatos.
La opinión pública se moviliza desde una posición crítica al sistema político hacia una abierta y reconocida apatía partidista, donde lo político cada vez es de menor relevancia.
Los partidos políticos mantienen su manejo cupular, mostrando señales de acuerdo político como es el caso de la Alianza, que intenta girar en torno a un liderazgo autodefinido y respaldado por las encuestas, o como es el caso de la Concertación que al debatir entre la "disyuntiva" y los "desafíos" pareciera buscar los puntos de inflexión que le permita superar y solucionar la diversidad de tendencias que existen al interior de cada partido, y que de paso le permita establecer una sintonía fina con el gobierno.
Finalmente, los medios de comunicación asumen un rol activo en la información y en la apertura de espacios para la confrontación, según sus respectivas editoriales, que al final quedan reflejadas por su mayor o menor influencia en la construcción de la agenda política del país.
Si quisiéramos interpretar todo lo anterior, lo primero que aparece es que cada uno de los actores mencionados practica el principio de exclusión
que supone la descalificación del otro, ya sea porque es adversario directo, porque es interviniente en virtud de otros intereses o porque asume que su visión es la verdadera y se deja llevar por una inevitable autorreferencia.
El segundo elemento viene dado porque cada cual se precia de ser democrático o de buscar el bien común o de interpretar a la ciudadanía silenciosa, como si hubieran tantas democracias como actores involucrados, o dicho al revés –y lo que es más grave– dejando en evidencia que no hay consenso en torno a la democracia en la cual ellos dicen participar.
Es de sentido común que la democracia es un medio y no un fin, como lo es también el poder político, y que dentro de ella la exclusión no es parte de las reglas del juego y que la democracia se perfecciona a sí misma a través de la acción de los actores que interactúan en un mismo espacio. Hoy nada de esto último parece suceder.
Al respecto es necesario puntualizar que los medios de comunicación son un actor de la democracia y no la vitrina de ella, con lo que su rol social no se sustenta sólo en mostrar la realidad a los ciudadanos, sino que contribuir con responsabilidad y aportando al proceso general y particular de la construcción de esta democracia.
Volvamos a la crisis. Ésta existe cuando los distintos actores se atrincheran y desconocen el espacio de acción común, cuando la comunicación se transforma en sinónimo de descalificación y se intenta hacer creer que la democracia es una ideología, y no una permanente construcción social y política en pos de objetivos y con ideas claras. En otras palabras la democracia se construye a partir del disenso y es el diálogo, uso y aplicación de los instrumentos democráticos, los que permiten el consenso.
En virtud de ello es apresurado señalar una crisis política radicada sólo en el gobierno, más allá de las debilidades evidentes que ha mostrado, como también lo es centrar la crisis en los partidos políticos, no obstante tener una innegable responsabilidad en el proceso. La crisis se sitúa transversalmente en nuestro régimen democrático e involucra a todos y cada uno de los actores. Ello implica un déficit de democracia que sólo puede ser superado por la convergencia de todos en un espacio común y alrededor de ideas contribuyentes al ejercicio democrático.
Las lógicas políticas del siglo XXI enseñan que, por una parte, la superación de las crisis no se hace por la vía de la violencia y que sus causas no son ideológicas, como era antaño; y por otra, indican que las mayores crisis políticas y democráticas surgen de la incertidumbre y la inseguridad. Por tanto, una democracia que no dé certezas y seguridad a los ciudadanos cae en la desconfianza social. Si ésta es asumida por los actores políticos, el conflicto queda de manifiesto y tiene como resultado la exclusión y no operación de los instrumentos que otrora eran signo o vehículos de consenso.
Por todo lo anterior, es posible asegurar que: estamos en medio de una crisis democrática definida a partir de la incertezas e inseguridades expresadas en las acciones de cada uno de los actores; una crisis que no se soluciona profundizando el conflicto ni haciéndolo mas violento; tampoco se soluciona mediante documentos, declaraciones publicas y menos a través de la mass media como único vínculo de comunicación.
La mala noticia es que para muchos es una crisis imperceptible hasta cuando es demasiado tarde para reaccionar o hacer algo. Mientras mayor intolerancia exista y menos diálogo se practique nuestra democracia se hace más frágil y la crisis aumenta. Lo invito a pensar nuestra democracia más allá del Transantiago o del discurso del 21 de mayo con todas sus interpretaciones, mal que mal una buena democracia jamás puede ir más allá del sentido común.

Publicado en El Periodista

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